miércoles, 10 de agosto de 2016

Cuando la magia se hace presente.

Hay días que vivir más intensamente que otros, momentos que catalizan años de conocimientos, surgidos de la nada activados como resortes disparados por manos invisibles, a veces, cuando la ilusión permanece de nuestro lado, hacemos posible que cualquier acto soñado se materialice en nuestro entorno, tanto para nuestro gozo como para el disfrute ajeno, otras, sin embargo, acuciados por la sensación de vacío y desdén, producto quizá de un exceso de carga que no ceja de empujarnos al abismo, sucumbimos a la desidia que nos abruma, y se hace necesario un toque de atención que nos despierte al mundo sutil que nos rodea oculto entre ritos sociales, no debemos olvidar que somos unidades de vida en entornos sociales agrestes, que nos limitan en el tiempo y el espacio y nos marcan pautas de convivencia a conveniencia de sus intereses.
Y dicho esto, paso a relatar un cuento, que es la forma de narrar al mundo hechos que no se entienden de otra forma por las mentes adultas, carentes de la inocencia de una mente onírica, amante de la vida como ejemplo de existencia, entre la dualidad del ser y el estar.

La Magia de lo Elemental.

Todas las noches al comenzar el baile encantado del ocaso, de luces que se apagan y sombras nacentes, una nívea silueta recorta el cielo nocturno batiendo sus alas en pos de la inercia de sus instintos, salir de la seguridad de su guarida es menester obligado para dotar de alimento a su progenie, al principio parece una estela fantasmal, un espectro fugaz sobrevolando el espacio estrellado, espacio que Calíope, protagonista de esta historia, otea de forma habitual en busca de luces etéreas a las que pedir deseos inconfesables; en su corta existencia esta pequeña pelirroja, tímida y solitaria, disfruta asomada a las noches estrelladas, conoce las constelaciones y los nombres de las estrellas, conoce el lenguaje del viento y si cierra los ojos distingue a sus moradores, reconoce el sonido del céfiro zigzagueando por entre las hojas de los árboles, morada de duendes, conoce la fauna noctívaga, desde insectos a depredadores, aunque su curiosidad se ha entregado a este nuevo misterio, hace días que ve surcando el cielo a este ente difuso entre claroscuros con un aleteo irregular, a cada atardecer, se asoma a esperar desde su ventana, con los ojos cerrados para que
sus sentidos agudicen sus impresiones, un nuevo encuentro con el tótem de la mitología griega, capaz de ver donde otros solo perciben oscuridad, y allí está, de nuevo, aunque hoy la presencia es especial, precedido por el sonido chirriante, que sorprende y hace abrir los ojos a la taheña Calíope, para descubrir que no es una, sino dos, las almas protectoras de la noche que acompañan su mirada escrutadora, con el tiempo justo para verlas desaparecer al unísono tras la silueta de los tejados, disfruta de su aparición, no lo esperaba y la sorpresa ha sido agradable, se aleja de la ventana, su mente ama la espiritualidad de la natura, se acomoda en la calidez de su lecho agradeciendo al cosmos la protección que la brinda, mientras en el sopor de la noche su cuerpo y su mente se relajan dando pasos a los sueños que narran nuevas historias de viejos hechos, mezclando pasado, presente y futuro.


La aventura onírica desliza a Calíope entre brumas de espesos bosques, verdes, tupidos de elementales afanosos en sus quehaceres, hay silfos y hadas revoloteando, duendes correteando, incluso entre sus pies descalzos, pero la pequeña pelirroja busca con insistencia a su Atenea misteriosa entre las ramas de viejos robles frondosos, al abrigo de la luz, cierra los ojos como cuando se asoma a su ventana y reza, la oración llama la atención de los elementales de los cuatro signos, tierra, agua, fuego y aire, está suplicando encontrar al ave protectora que tanto añora, la Minerva de los ojos brillantes y resplandecientes, quiere creer, aunque todo acontece a su alrededor dejándola fuera de ser el centro de atención. Sumida en su sueño de pensamientos caóticos un ruido externo la sobresalta, está de nuevo en su cuarto, tumbada, tarda unos segundos en reconocer su entorno, TAC... TAC... de nuevo ese sonido, proviene de fuera de la casa, de un salto se planta ante el alfeizar de su ventana, y allí, inmaculada a la luz de la luna, la lechuza blanca que tanto anhela, clava sus ojos en los suyos, el vinculo que nace en ese momento estuvo ahí siempre, son almas gemelas que se reencuentran, y ya nada podrá distanciarlas, ambas lo saben y por eso sonríen, aunque ahora son lágrimas lo que resbala por sus mejillas, emocionada, Calíope llora, ahora sabe que no está sola; la lechuza alza el vuelo, corta el negro orbe estrellado con su alma plateada y sin dejar de observarla, se va difuminando a lo lejos en busca del alba, Calíope cansada, aún mantiene un rato más sus ojos entrecerrados mirando al horizonte, ya no ve nada, aunque desde su interior el sentimiento que la acompaña volverá a aflorar al ocaso de mañana.


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